Si algo te molesta, si alguien te
molesta, cierra tus ojos y repítete a ti mismo “no eres tú, soy yo”.
En la terapia a pareja es muy común escuchar a ambos
quejarse de lo que el otro debería cambiar, pensando que si el otro cambia, la
relación funcionaría mejor. Es muy raro escuchar: “Si yo cambiara este rasgo ó
actitud en mí, la relación funcionaría mucho mejor.” Es más fácil exigir que el
otro cambie, que estar en la disposición de cambiar.
Toda relación, especialmente la relación padre-hijo, de
amistad, de pareja, nos ofrece retos. Es imposible estar de acuerdo en todo, y
lo que normalmente tendemos a hacer es tratar de cambiar al otro, pero esto
muestra precisamente una limitante personal en nuestra capacidad de aceptar y
amar incondicionalmente a nosotros mismos y al otro.
“Es que tú me dijiste” “es que tú
no hiciste” “es que si tú cambiaras” “fue tu culpa” “me desesperas” “me sacas
de quicio” etc. etc. etc. Estas son solo algunas de las inagotables frases que
los seres humanos usamos de forma constante para evadir nuestra responsabilidad
y depositar en el otro lo que realmente es nuestro.
Esta increíble tendencia que
poseemos de poner afuera lo que es de adentro, está terminando con nuestras
relaciones, nuestras familias y por consiguiente, con nuestra sociedad. Siempre
prestos a la crítica, al comentario, al juicio, al señalamiento, sin darnos
cuenta que cuando mi dedo te apunta a ti, son tres los que están apuntando
hacia mí.
Hoy quiero invitarte a
reflexionar en cuántas cosas has atribuido a tu pareja, a tus hijos, a tus compañeros,
a tus amigos, cuando realmente son aspectos que debes trabajar en ti. Desde
tiempos antiguos los pioneros del psicoanálisis ya hablaban de esto,
refiriéndose al mecanismo de la proyección, que no es otra cosa, que colocar en
el otro lo que en realidad es una imagen de lo que hay en mí. El infiel cela a
su pareja; el mentiroso no admite el engaño; el de bajo autoncepto presume
superioridad, y así nos la pasamos desplazando hacia nuestros semejantes las
más oscuras sombras que cargamos en nuestra vida.
Cada que sientas un malestar
hacia una persona y/o sus actitudes, en lugar de juzgarla, en lugar de
exasperarte, e incluso, en lugar de alejarte, pregúntate ¿por qué esa persona
me está generando esto? ¿qué hay en mí que no quiero reconocer y este ser me lo
está haciendo visible? ¿por qué no le tolero? o ¿qué es lo que no soporto en mí
y lo estoy viendo en él?
A esto era a lo que se refería
Jesús cuando otrora dijera:
“¿Por qué te pones a mirar la
astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tú
tienes en el tuyo? Y si tú tienes un tronco en tu propio ojo, ¿cómo puedes
decirle a tu hermano: déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo? Mt 7, 4-5
Mira por tanto hacia adentro y no
mires más hacia afuera. Invierte tu tiempo en trabajar en ti, en hacer una
versión mejorada de ti mismo, y pide a Dios por aquellos que te rodean, sea tu
esposo, sean tus hijos, sean tus compañeros o ese jefe molesto que crees no
soportar más, para que ellos también un día puedan llegar al reconocimiento de
sus propios troncos. Pero tú, hazte cargo de lo tuyo.
ANIMO!!
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